Zapatero y el rey regresan a España mascullando ira y vergüenza: Los enojos de un Borbón

Días antes, el Presidente de Ecuador, Rafael Correa, anticipó lo que se venía encima de Juan Carlos y José Luis Rodríguez Zapatero, al recordar en su discurso el comportamiento de algunos empresarios en territorio del Guayas, especialmente con sus palabras: “empresarios se llamaron a sí mismos los causantes de las más devastadoras crisis humanas, moral y económica de Ecuador en el siglo XX. Empresarios se autotitularon quienes con su condición de depredador fueron, más que capitales golondrinas, aves de rapiña, rapaces saqueadores del patrimonio de sus pueblos. Podría dar muchos ejemplos de la triste y larga noche neoliberal en Ecuador".
Era, a no dudar, un flechazo dirigido contra el centro del corazón empresarial de los trusts europeos que, asociados con multinacionales norteamericanas y canadienses, han provocado en la mayoría de las naciones Latinoamericanas no sólo una profunda desigualdad social y económica sino, además, el arrasamiento del medio ambiente traducido en indiscriminadas talas de bosques, contaminación de hoyas hidrográficas, derretimiento de glaciares e intoxicación gravísima del aire respirable. Asuntos que por cierto jamás han hecho ni harán en sus países de origen.
Horas más tarde, el ‘diablo’ se presentó ante el Borbón y Zapatero endilgándoles una crítica sin anestesia la que comenzó con la acusación de ‘nuevo fascista’ con que Hugo Chávez remeció seguramente al ex Presidente del Gobierno español, el derechista Aznar. Y para no olvidar la guinda de la torta, el caraqueño abofeteó en vivo y en directo a una empresa hispánica que –según el propio Chávez- habría vapuleado económicamente (‘saqueado’ dijo el mandatario) al país de Simón Bolívar.
Minutos después, el Presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, aprovechando el viento de cola dejado por el discurso de Hugo Chávez, remató a los confundidos dignatarios españoles con conceptos similares, y aún peores. Ninguno de los presentes en ese instante, salió en defensa de los sacudidos europeos. Sería el Presidente de Colombia, Álvaro Uribe, quien reprendería más tarde al mandatario venezolano aconsejándole desestimar el uso de adjetivos fuertes cuando hiciese referencias a personalidades de cualquier signo y color político...pero defensa del Borbón y de Zapatero, nada.
Molesto a más no poder, dejando entrever que está acostumbrado a ser obedecido ciegamente aunque ordene una estupidez (y por allá en España ha ordenado calderadas de torpezas) Juan Carlos abandonó la sala de la asamblea no sin antes decirle a Hugo Chávez: “tú, cállate’, palabras que no produjeron efecto alguno en los dos mandatarios latinoamericanos, pues estos son conscientes de que es en esas reuniones donde pueden y deben expresar –cara a cara y sin temor- el malestar que carcome el alma de sus pueblos.
Quizá las palabras usadas, el tono mismo de la voz y las miradas directas, no hayan sido el mejor atributo de Chávez y Ortega en aquel momento, y quizá también el tono de voz y las palabras utilizadas por Borbón y Zapatero correspondan al non plus ultra del idioma castellano. Pero no son las palabras las que causan bienestar, desgracias ni muertes…son las acciones concretas, y en ellas la ventaja no corre precisamente a favor de los dos españoles presentes en la Cumbre.
Borbón y Zapatero olvidaron que por estos lados del planeta ellos no mandan ni ordenan. Son solamente dos jefes de estado invitados a una reunión. No están en su territorio. No están en sus colonias. No están en su casa. No están frente a sus huestes de incondicionales ni protegidos por la capa de sus patrones económicos y militares. Tampoco están frente a un grupo de obsecuentes lacayos, sino por el contrario están obligados a dar y recibir opiniones, críticas, alabanzas e incluso denuestos, pues sus interlocutores en la Cumbre Iberoamericana tienen la malhadada costumbre de pensar y razonar, asuntos en extremo peligrosos para los intereses de tiburones empresariales que siguen creyendo que América Latina es el patio de sus propias casas. ¿Eso pensaban también Borbón y Zapatero?
Olvidaron ambos –en fin- que por estos lugares la Corona y el báculo valen un maldito carajo si no van acompañados de honestidad, sapiencia y, lo más importante, de una historia personal y representatividad democrática que valide su calidad de líderes.
Volverán a España preguntándose ‘¿qué pasó?’, y la experiencia vivida de nada les servirá si no cuestionan seria y reflexivamente la actuación que algunos empresarios peninsulares han tenido –y siguen teniendo- en el subcontinente americano. Empresarios predadores que a no dudar han contado siempre con el absoluto apoyo de la monarquía, y ahora, ya lo sabemos, con el decidido empuje que el señor Zapatero les brinda desde Madrid.
Como colofón negro al fracaso político de los representantes del gobierno español, Montevideo y Buenos Aires profundizaron en plena Cumbre Iberoamericana sus diferencias por la instalación de una empresa papelera en la ribera norte del río Uruguay. En ese doloroso diferendo, el rey Borbón actúa de mediador, sin éxito ninguno hasta el momento.
Y demostrando cuán torpe puede llegar a ser una persona que actúa por servilismo y obsecuencia, Zapatero tuvo la pésima idea de refrendar la “excelente intermediación realizada por Su Majestad en el conflicto”. Si para el jefe del gobierno español la acción de su monarca en ese asunto ha sido un éxito, resulta fácil entonces explicarse por qué en España –bajo su conducción política- está sucediendo lo que todos sabemos y leemos en la prensa internacional.
Mientras tanto, algunos empresarios europeos ya han puesto sus barbas en remojo pues tienen muy en claro que los nuevos aires soplarán a favor de las poblaciones de nuestras repúblicas, y el esfuerzo de ellas no seguirá zozobrando en las estelas dejadas por las ambiciones desmedidas de multinacionales que han actuado con licencias de corsarios entregadas por un monarca que nada, pero nada de nada, tiene que hacer por estos lugares y, también, corsarios que se visten con ropajes regalados por un muy deshuesado político de apellido Zapatero, socio gestor de su comanditario Aznar.
Por último, el que Borbón, Aznar y Zapatero sean simples mayordomos de capitalistas sin bandera, Dios ni ley, es un asunto que los españoles deberán enderezar, pues en algunas naciones del sur del mundo ya se vislumbra el positivo efecto de la terapia aplicada. La Cumbre Iberoamericana así lo ha demostrado.
Arturo Alejandro Muñoz (Para Kaos en la Red)
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